Ana Llamazares de la Moral 2ºD Errores del pasado. Habían pasado tres años, ¿se acordarían de mí? Llevaba todo este tiempo separada de mi familia y amigos, de mi hogar. Todo por un ataque de rebeldía. Tenía 14 años, no me gustaba estudiar, ni ir al instituto, tampoco relacionarme y hablar con la gente. Mi única pasión era pintar. Todos los días cogía mis óleos y pintaba en mi habitación hasta que anochecía. A mis padres esto no les gustaba, querían que estudiara, hiciera amigos y que fuera una chica normal. Un día, llegué a casa del colegio, me encerré en mi habitación y abrí mi mochila para sacar el móvil. En el mismo bolso, encontré una carta que decía: ¿Nadie te entiende? ¿te encuentras sola? si quieres conocer a gente como tú, te esperamos hoy en la calle Los Sauces, número 14 a las siete de la tarde. Tráenos uno de tus cuadros, te podemos hacer muy famosa. PD: Cuídate la pintora puede dar contigo, dispone de una lupa increíble. ¿Quién habría puesto esa carta ahí? ¿De qué pintora me estarían hablando? Era muy peligroso, ¿cómo iba a ir? En ese momento miles de preguntas sin respuesta llegaban a mi cabeza. Aquella misma tarde, tuve una fuerte discusión con mi madre, ya que ella me decía que el arte no era más que un hobbie y que si seguía sin estudiar por culpa de seguir pintando, me mandaría a un internado a las afueras de la ciudad. Salí de casa llorando, ¿Por qué no podía entender que lo más importante para mí eran mis óleos y mis cuadros? Fui al parque de enfrente de mi casa y me senté en uno de los bancos que allí había. De pronto, me vino a la cabeza la citación de la carta, ¿y si era verdad que me esperaban y que compartían las mismas aficiones que yo? Miré mi reloj, eran las seis y media, llegaría a tiempo. A mitad del camino hacía la calle, recordé que tenía que llevar un cuadro, pero no iba a volver a casa. Llegué a la calle de Los Sauces, era una calle pequeña y poco transitada de los alrededores del centro de la ciudad. El número 14era un vieja trapa oxidada. Esta se levantó y pude contemplar un local oscuro. Había una niña llorando en una de las esquinas de la estancia. Me acerqué y la pregunté que por qué lloraba y levantó la mirada y me sonrió maliciosamente. Noté como un cuchillo rodeaba mi cuello y la voz de un hombre me susurraba: Muy mal, no has traído el cuadro, aunque ya no te hará falta, sígueme en silencio hasta el coche. Si gritas, ya sabes lo que te sucederá. Estaba aterrada. No tenía por qué haber ido pero, ahora ya no había vuelta atrás. Toqué uno de mis bolsillos y no encontré mi móvil, ¡se me había olvidado tras la discusión! Me condujo hasta una furgoneta, la niña “que lloraba” nos acompañaba. Antes de entrar al automóvil sentí un fuerte pinchazo en el cuello y me desmayé. No sé lo que paso después, pero me desperté en una habitación desconocida. Estaba tumbada en una cama vieja que se encontraba en una habitación sucia y con una ventana en uno de sus paredes. Tenía puesto un camisón blanco y me dolía todo el cuerpo. Estaba como en un sueño, ¿me había raptado? Abrí la puerta de la habitación y pude ver una casa de rasgos orientales y decorada con objetos típicos de China. Estoy debe ser una broma, pensé. Por uno de los pasillos de aquella casa ví a una mujer que se acercaba a mí. Parecía asiática e iba vestida con un kimono, cuando me vio gritó algo en su idioma y vino un hombre cuya voz me resultó familiar, era el hombre del cuchillo. Me dijeron que nunca volvería a ver a mis padres y que ellos y las demás chicas que vivían en aquella casa serían mi familia. Me presentaron a chicas de mi edad que me contaron todo lo que estaba pasando. Me dijeron que nos habían raptado y que nos tenía allí para vender cuadros u otras obras artísticas que hiciéramos. A todas nos habían tendido una trampa, pero lo que más me conmovió y me destrozó fue que ya no estábamos en España, estábamos en un pueblo de las afueras de una gran ciudad de China y que todas las que habían intentado escapar tuvieron un horrible final. Han pasado ya tres años de esto. Espero que mi familia no me recuerde como una caprichosa y una malcriada que nunca volverá. Los he echado a todos de menos, ojala pudiera volver atrás para cambiar las cosas, pero me temo que es imposible. A pesar de todo, me siento afortunada porque estoy haciendo lo que a mí me gusta, no como otras de mis compañeras que están haciendo trabajos no tan gustosos. Gracias a todas las que están aquí, que han pasado lo mismo que yo, he podido salir adelante. Aún así, todas rezamos por el día en el que podamos volver a estar con nuestras familias.