No sabía interpretarlo y leyó nuevamente en voz alta la pantalla del teléfono que le entregaron junto al resto de sus pertenencias: “Me muero por verte. Llego ya”. ¿Qué significaba aquello? ¿Por qué habría ido a buscarle? ¿Acaso lo que le dijo antes de entrar a ese antro no fue suficiente? Suspiró y caminó por el pasillo que daba a la luz del día, a la libertad. Se guardó el móvil en uno de los bolsillos de su pantalón y se puso su gastada chaqueta de cuero negro. Sonrió, no tendría que ponerse más ese mono naranja, y cuando sonreía se asomaban esos dos colmillos tan extremadamente afilados. Pasó la última reja despacio, como si todos aquellos meses de encierro no le incitasen a salir corriendo, como si cada paso importase, como si hubiese tiempo suficiente para todo, tal vez lo había. Miró a su alrededor sin fijarse demasiado en nada hasta que topó con el chevy del 67 de la niñata que le había mandado el mensaje. Caminó hacia allí mientras una mano salía de la ventana del conductor y abría la puerta desde fuera. Por la puerta apareció una pierna blanquecina y poco después una melena morena y sucia que marcaba una cara pálida y sonriente. Saludó al desconocido de la chaqueta de cuero con la mano y se lanzó a su cuello en cuanto se podía distinguir en los ojos de él el tedio que le provocaba el encuentro. Él separó a la chica de su cuerpo lo antes que pudo. “¿Qué haces aquí?”. “¿No te lo dejó claro mi mensaje?”, respondió la pálida muchacha. Hubo unos segundos de silencio donde ella le sonría y él evadía su figura. “Sube al coche”. Y la jovencita obedeció dejándole a él el asiento principal. El alto y serio moreno de ojos pardos y fieros entró en el coche despacio, mirando al exterior con sutileza. Puso en marcha el motor y no lo paró hasta llegar a un descampado alejado de las luces de la carretera, que ya intentaban hacer frente a la oscuridad de una noche de verano. La chica sonriente sonrió aún más si cabe cuando vio el sitio donde estaban. “Sal del coche”. Las dos puertas delanteras se fueron abriendo creando un canon de sonidos metálicos y pisadas en la tierra. Ella se sentó en el capó del coche y él se acercó a ella sigilosa y sensualmente. Aquello la sobresaltó pero no dudó en acercarse más al frío cuerpo de su protector. Se rindió ante él mientras este saboreaba su esbelto cuello. Entonces él clavó sus colmillos en la zona de la yugular y se quedó allí hasta que los ojos avellanas de ella dejaron de parpadear. La dejó caer y volvió al coche. Sonrió. Lo había vuelto a hacer.
VickyMouse
¡ FELICIDADES !