El jueves, 28 de febrero, los alumnos del Bachillerato Internacional se acercaron a la feria Espacio Idioma para disfrutar de un buen rato de conversación en inglés y, posteriormente, de un taller práctico sobre "Mindfulness". Les acompañó su profesor, Julio Fernández. Disfrutamos de una mañana estupenda, muy divertida y aprendimos unas cuantas cosas. ¡Qué más se puede pedir!"
"Al final de la mañana, también los alumnos de 2º Bach C con su profesor Roberto Álvarez, hicieron el mismo recorrido para participar en la actividad "English for Life", organizada por el Centro de Idiomas de la Universidad de León.
Sistema de extinción de incendios en campanas extractoras
Extintores co2 2 kg
Extintor 6 kg abc
La seguridad en las cocinas, especialmente en entornos educativos como colegios, es una prioridad innegable. Cuando hablamos de extinción automática en cocinas, nos referimos a sistemas que pueden salvar vidas y prevenir desastres. Pero, ¿qué hay que saber sobre estos sistemas en las cocinas escolares de España? Vamos a descubrirlo.
Las cocinas en los colegios son lugares donde se preparan alimentos no solo para los estudiantes, sino también para el personal y, en ocasiones, para eventos especiales. La combinación de calor, aceite y alimentos puede ser una receta para el desastre si no se manejan correctamente. Los incendios en cocinas comerciales son más comunes de lo que pensamos; de hecho, según datos de la Asociación Nacional de Protección contra Incendios, alrededor del 50% de los incendios en restaurantes se originan en la cocina. ¿Qué tal si se convierte en un problema en la cocina de un colegio?
La extinción automática es un sistema diseñado para detectar y extinguir incendios en su fase inicial. Esto significa que, si se produce un incendio, el sistema se activará automáticamente, lanzando agentes extintores y minimizando el daño antes de que el fuego se propague. Imagina una cocina escolar donde un fuego pequeño se apaga antes de que alguien se dé cuenta. ¡Eso es seguridad en acción!
Existen varios tipos de sistemas de extinción automática en cocinas que se pueden implementar en las cocinas de los colegios. Los más comunes son:
Sistemas de rociadores automáticos: Estos sistemas utilizan agua para sofocar incendios. Son muy efectivos, pero en cocinas pueden no ser la mejor opción debido a la posibilidad de dañar los equipos de cocina.
Sistemas de espuma: Estos son ideales para cocinas, ya que pueden manejar incendios de aceite. La espuma actúa como una barrera que sofoca el fuego y evita que vuelva a encenderse.
Sistemas de polvo químico: Estos sistemas utilizan un polvo especial para extinguir incendios. Son versátiles y efectivos, pero pueden dejar residuos que necesitan ser limpiados.
Cada uno de estos sistemas tiene sus ventajas y desventajas, y la elección del sistema adecuado dependerá de las características específicas de la cocina. Por eso es importante realizar una evaluación completa del lugar antes de decidir qué sistema implementar.
En España, la normativa sobre seguridad contra incendios en cocinas escolares es rigurosa. La Ley de Prevención de Riesgos Laborales y el Código Técnico de la Edificación establecen criterios claros para la instalación de sistemas de extinción automática. Además, se requiere que estos sistemas sean revisados y mantenidos regularmente.
Los colegios deben trabajar con empresas especializadas en la instalación de estos sistemas para asegurarse de que cumplen con todos los requisitos legales. ¿Sabías que en muchas comunidades autónomas hay regulaciones específicas que exigen la instalación de sistemas de extinción en cocinas? Esto subraya la importancia de una adecuada planificación y ejecución.
La instalación de un sistema de extinción automática cocina es solo el primer paso. El mantenimiento regular es crucial para asegurar su eficacia. Esto incluye:
Inspecciones periódicas: Se recomienda que se realicen al menos una vez al año para garantizar que todos los componentes del sistema funcionen correctamente.
Reemplazo de agentes extintores: Si se utilizan sistemas de polvo químico o espuma, es necesario reponer los agentes extintores después de su uso.
Capacitación del personal: El personal que trabaja en la cocina debe estar capacitado para entender cómo funciona el sistema y cómo actuar en caso de emergencia.
Una buena práctica es realizar simulacros de incendio que incluyan el uso del sistema de extinción automática. Esto no solo familiariza al personal con el equipo, sino que también prepara a todos para una respuesta rápida en caso de una situación real. ¡La práctica hace al maestro!
¿Qué hacer si se activa el sistema de extinción automática?
Primero, asegúrate de evacuar a todas las personas del lugar. Luego, llama a los servicios de emergencia y notifica a la administración del colegio.
¿El sistema puede dañarse por un uso excesivo?
Sí, por eso es vital realizar un mantenimiento regular y seguir las instrucciones del fabricante.
¿Es obligatorio tener un sistema de extinción automática en todas las cocinas de colegios?
Aunque no es obligatorio en todos los casos, es altamente recomendado y, en muchas comunidades, se exige por normativa.
La extinción automática en cocinas de colegios en España es un tema de gran relevancia que no se debe tomar a la ligera. La implementación de estos sistemas no solo protege las instalaciones, sino que también garantiza la seguridad de los estudiantes y el personal. Al invertir en la instalación y el mantenimiento adecuado de estos sistemas, los colegios pueden asegurar un ambiente seguro y preparar a todos para enfrentar situaciones de emergencia.
Recuerda que la seguridad no es un gasto, sino una inversión en el bienestar de nuestra comunidad educativa. Así que, ¿por qué no hacer de la seguridad una prioridad hoy mismo?
Cómo abrir un bar en un pueblo pequeño y no acabar en la ruina ni en la consulta del psiquiatra.
Abrir un bar, así sin más, ya es tarea de valientes. Abrir un bar en un pueblo pequeño lo es aún más. Porque no hablamos de franquicias con manuales de protocolo, ni de terrazas con vistas a la Sagrada Familia. Aquí, el reto va de saberse los nombres de todos los clientes, de intuir si quieren el cortado largo o muy corto antes de que lo pidan, y de abrir las puertas aunque caigan chuzos de punta.
Un bar de pueblo es otra cosa. Es refugio, es confesionario, es teatro de lo cotidiano. Un lugar donde la caña se tira con respeto, donde el camarero también hace de psicólogo, y donde la música no la pone una lista de Spotify, sino el runrún de la conversación de la barra.
Antes de sacar la chequera, hay que afinar el oído. ¿Dónde se mueve la gente? ¿Dónde está la farmacia, la carnicería, la plaza, la iglesia? No se trata de alquilar el local más barato, sino el más visible, accesible y con paso. Aquel que, con solo mirar dentro, uno sepa que es ahí donde se cuece la jornada.
La rentabilidad no está en la decoración, sino en el uso. Que sea fácil de limpiar, que tenga buena ventilación, que permita instalar una campana que no suene como un tractor. Y si tiene terraza, que no esté mirando a un muro.
Nadie se acuerda de si el respaldo del taburete era curvo, pero todos recuerdan si el café era aguado o si la cerveza no tenía fuerza. Por eso, la inversión prioritaria no es en cuadros ni en farolillos, sino en equipo profesional que responda al volumen y la exigencia del día a día.
Y ahí entra, con todos los honores, el mueble cafetero. Ese compañero silencioso que sostiene la máquina, las cápsulas, los vasos, las cucharillas y, de paso, la dignidad del local. El mueble cafetero no es opcional: es la columna vertebral del bar. Si está mal diseñado, si no tiene espacio, si se tambalea... el camarero sufrirá, y el cliente también.
A los cinco minutos de abrir, todo lo que está mal colocado se convierte en un estorbo. El camarero debe moverse como pez en el agua, no como equilibrista en un circo de tres pistas. Y esa movilidad se logra con una distribución coherente: cafetera cerca del fregadero, cámaras al alcance, lavavajillas que no implique dar media vuelta al mundo.
Por eso, el mueble para cafetera merece párrafo aparte. No basta con tenerlo. Hay que elegirlo bien: con cajones, con bandejas extraíbles, con altura ergonómica y espacio para lo que no se ve pero hace falta (desde los azucarillos hasta las pastillas antical). Si uno escoge mal, lo pagará cada día, cada servicio, cada mal gesto.
El bar que no sirve algo caliente, pierde fuelle. Aunque sea una tortilla, unas croquetas o un revuelto con chistorra. Para eso, la cocina debe ser práctica, funcional y segura. Nada de espacios improvisados con una placa portátil y una campana que no traga ni el vapor de un té.
Los tiempos han cambiado. Los clientes, aunque del pueblo, son exigentes. Buscan limpieza, orden, productos que no parezcan de hace dos semanas. Por eso, hay que invertir con cabeza. Equipamiento certificado, materiales ignífugos y revisión técnica. Que no pase lo de “me saltó la luz y no sé por qué”.
Y si se tiene alguna duda sobre cómo montar esa trinchera caliente, nada mejor que consultar este blog de cocinas industriales, donde se aprende más en media hora que en tres visitas al proveedor.
Licencias de apertura, certificados sanitarios, alta en autónomos, seguro de responsabilidad civil, contrato de luz que no cueste un ojo de la cara. No es lo más divertido del proceso, pero si no se hace bien, puede costar caro. Muy caro. Y en un pueblo pequeño, donde todo se sabe, mejor tener los papeles en regla que salir en la portada del “yo te lo dije”.
Conviene hablar con el ayuntamiento, con técnicos locales y con asesores que no vendan humo. Que le digan lo que se puede y lo que no, desde el tipo de terraza hasta el horario de cierre.
En la ciudad, el cliente entra porque le gusta el logo. En el pueblo, entra porque le cae bien el dueño. Porque sabe que le van a poner lo de siempre, sin pedirlo. Porque la camarera recuerda que toma sacarina, no azúcar.
Ese es el marketing rural. El que no se aprende en cursillos ni en vídeos. El que se construye día a día, con buena cara y mejor oído. Por eso, el personal no puede ser aleatorio. Si se contrata a alguien, debe ser amable, local, conocido, o al menos, que no tenga cara de lunes por la mañana.
Tres cosas calientes, cuatro frías, pan del día y una tortilla que no se parezca a una esponja. No hace falta una carta de novela, sino una oferta coherente, sabrosa y bien presentada. Mejor servir menos, pero con fundamento. Si cada plato que sale tiene su razón de ser, el cliente lo nota y lo agradece.
Y el café… El café debe ser bueno. No hace falta que sea de especialidad, pero sí honrado. Porque el cliente que se toma uno malo, no vuelve. Y si vuelve, no lo recomienda.
Aquí no hay atajos. Ni secretos mágicos. Ni “tips” de Instagram. Solo trabajo diario, inversión con sentido y mucho respeto por la clientela. Si se hace bien, un bar en un pueblo pequeño da para vivir, para disfrutar y para durar. Que no es poco en los tiempos que corren.
Porque cuando se sirve el primer café del día con una sonrisa, cuando la barra huele a limpieza y el camarero a dignidad, no hay algoritmo ni crisis que pueda con eso.